miércoles, julio 14, 2004

Navegando en el Viento

Navegando en el viento

Desde tiempo incontable que tengo este amor por las motocicletas. Quizas desde que vi aquella Norton 500 cc. Tronando cerca mio en la playa de Necochea. La question es que en toda mi vida estuve montado a una.
Te diria que es esa sensacion de libertad, cuando la simbiosis de jinete y maquina atraviesan la brisa, lo que produce la seduccion. Pero tambien hay que considerar el aumento de tu adrenalina cuando tu moto se inclina en la curva y tienes todos esos hp’s en tu mano derecha listos para disparate al infinito.
En fin, puede haber un millar de razones para amarlas. Y solo una e inmensa necesidad de manejarlas.
Los Lunes y Viernes es mi cita con la Yamaha. Una ya madura fzr600 que aun tiene suficiente furia que gritar por su 4 a 1(Exhaust). Entonces temprano a la manana salgo para el trabajo montandome en la avenida La Cienaga, que es una ruta sin semaforos que atravieza una montana de California, y con la diversion de subidas, bajadas y curvas.
Es solo un trecho de algunas millas, pero suficiente para regocijar el corazon.
Ya despues del ultimo semaforo, la maquina me lleva a las 60 mph en 8 segundos, desafiando timidamente al limite de velocidad de 55. La brisa me rodea como invitandome a ser parte de ella, cuando la subida se termina y me espera aquel curvon de alta velocidad. Un cambio velocidades hermanado a un pequeno golpe en el acelerador y la inercia sugiere agarrarse bien fuerte. El caballo de acero se inclina con un rugido estridente y la ruta se afina. Alcanzo a ver a mis costados las bombas de los pozos petroliferos que hacen reverencia a nuestro paso. Y veo entonces la recta final que me llevara a beberme el horizonte. Pero de pronto me siento atrapado por un bramido inusual, es como si de pronto me hubiera sentado adentro de una turbina de un Boeing 747. Solo una mancha borrosa plateada desaparece en mis espejos retrovisores, y ya la tengo a mi lado, a aquella Lamborghini. Estamos a la par solo un momento, como para poder observar a su tripulante fumando un habano. Tambien veo unas lucesitas parpadear inquietas sobre su panel de commando. Es su detector indicando la presencia de un radar activo de transito. Los dos sonrreimos como entendiendo que ya es el final del juego.
Las furias se aplacan y se divisa el primer semaforo de regreso a la vida urbana. Nos separamos para siempre, pero llenos de esa sensacion que une a solo aquellos que navegan el viento.


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